Un grupo de cinco
científicas españolas solicitó ayer una mayor conexión entre
las empresas privadas y las entidades de investigación
pública y universidades, con el objetivo de que los logros
alcanzados puedan generar beneficios para los dos tipos de
entidades. Así lo expresó la presidenta de la Asociación
Española de Bioempresas (Asebio), Cristina Garmendia,
durante un almuerzo de prensa organizado por la Fundación
Antama ayer miércoles 1 de febrero en Barcelona. En este
debate participaron también en el que profesora del Centro
de Biología Molecular la doctora Margarita Salas, reconocida
internacionalmente por su trayectoria científica, la
filósofa y catedrática de la Universidad Autónoma de
Barcelona Victoria Camps, la directora del Servicio de
Análisis Biológicos Cuantitativos del Instituto de Biología
Molecular de Barcelona, Teresa Esteve, y la investigadora de
la unidad de cultivo in Vitro del IRTA (Institut de Recerce
y Tecnología Agroalimentaries), Quima Meseguer.
Garmendia afirmó que “la oportunidad es la
investigación pública”, por lo que subrayó la importancia de
que las empresas firmen contratos con grupos públicos de
investigación. Sin embargo, matizó que estos acuerdos tienen
que generar un modelo en el que ambas partes “compartan el
éxito” ya que, añadió, “la universidad, hoy por hoy, y salvo
excepciones, no genera un resultado que sea capaz de
producir un negocio de forma inmediata”. “Para ello hacen
falta dos o tres años y varios millones de inversión”,
añadió. En concreto, puso el ejemplo de la empresa que ella
preside, Genetrix, y que se relaciona con la universidad a
través de la creación de cátedras de investigación
financiadas por la entidad privada.
La presidenta de Asebio defendió la investigación básica
para ser “competitivos a nivel internacional”, porque si
esto no ocurre, explicó, “no generaremos el conocimiento que
nos haga ser singulares”. Por su parte, Margarita Salas
ensalzó también esta práctica: “Hagamos investigación básica
de calidad, de esta investigación saldrán aplicaciones que
redundarán en beneficio de la Humanidad”, sostuvo citando a
su maestro, el científico Severo Ochoa. En este sentido, la
profesora del Centro de Biología Molecular y miembro de la
Real Academia Española explicó que una patente desarrollada
por ella misma en 1988, la del ADN-polimerasa, “supone el
50% de todas las royalties del Centro Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC).
Las científicas analizaron también el papel de
los medios de comunicación en la difusión de la
Biotecnología y coincidieron en que “es mucho más fácil”
apoyar las investigaciones sobre temas de salud que las
referidas al medio ambiente, porque éstas últimas “pueden
generar conflicto”, lo que conlleva que la actitud de la
opinión pública sea “de defensa”, tal y como se expresó
Cristina Garmendia. Por ello, tanto Teresa Esteve como
Margarita Salas apostaron por que el científico “salga del
cascarón” y adquiera la responsabilidad de contribuir él
mismo en la tarea de divulgación, trabajando de forma
conjunta con los medios de comunicación. No obstante, Quima
Meseguer manifestó un cierto “disgusto o miedo” de la
ciencia a que en ocasiones sus palabras puedan ser
malinterpretadas por los medios.
Victoria Camps consideró sobre esta materia que
ciertos vocablos como clonación o transgénico
cargan con una connotación negativa y que “llega un momento
en el que la gente oye la palabra y la rechaza”, fenómeno en
el que también influye, en su opinión, “unos movimientos
sociales que presionan mucho”, como los ecologistas. Rechazó
la tendencia de cambiar de una “ética antropocéntrica” a
otra “eco o biocéntrica”, puesto que “el sujeto de la ética
no es la naturaleza”, sino el ser humano, añadió. Asimismo
dijo que la ciencia debería tener una actitud más modesta y
explicar a la gente “por qué es bueno lo que descubre”.
Acerca del miedo social a la palabra transgénico,
Quima Messeguer consideró que “en esencia, tiene que ver con
la seguridad para la salud” y que esta seguridad es lo
primero que se debe demostrar.
Coexistencia de cultivos
Messeguer, que ha sido pionera en la
investigación del flujo de polen entre cultivos Bt y
convencionales, comentó que
la legislación ligada a la coexistencia tiene que estar
basada en criterios científicos y en los estudios de campo
que se han realizado en los últimos años. De no ser así se
podría considerar como como una “moratoria
camuflada” ya que, en su opinión, “debe
tenerse en cuenta la estructura parcelaria de las
zonas donde se cultiva el maíz Bt”. La investigadora del
IRTA explicó que en parcelas grandes como las de Extremadura
esta restricción no afecta, pero que si se implanta en
Cataluña, donde buena parte del maíz que se cultiva es OMG,
en diversas zonas de Gerona y Lérida “esto llevará a decir
‘no’ a los transgénicos”.
Por su parte, Teresa Esteve se refirió a las dos
líneas paralelas de investigación que sigue el Servicio de
Análisis Biológicos Cuantitativos del Institut de Biología
Molecular de Barcelona (CSIC) que ella dirige. Por una
parte, este laboratorio se ocupa de la “detección de
transgénicos de todos los alimentos que las empresas nos
mandan” ya que, explicó, existen normativas que obligan a
etiquetar esta característica. Además, señaló que esta
entidad participa en diversos proyectos, a nivel europeo y
nacional, referidos a los transgénicos, “porque están
apareciendo nuevas variedades” de OMG y es necesario “poner
a punto nuevas metodologías que permitan su detección y
cuantificación”. En su opinión, si a un ciudadano le
interesa la cuestión de los transgénicos “tiene que buscar
información, a favor y en contra” para que, al final, sea el
público quien decida.